sábado, 2 de junio de 2012

Revista casera






He trabajado en la edición de varias revistas.
Casi todas locales.
Algunas de esas publicaciones fueron ediciones singulares, con personalidad propia. Interesantes.
Otro día contaré uno que otro pasaje de esa parte de mi vida.
Hoy me detengo en una de esas revistas, la menos importante para cualquier sector social, pero la que más satisfacción me ha dejado.
Esa revista la hice hace quince años.
Era una publicación casera, de edición limitada. No más de treinta ejemplares.
Reporteaba un promedio de quince o veinte notas, agregaba fotografías y elaboraba un diseño en el antiguo page maker de mi vieja mac. Sobre la marcha quitaba o agregaba notas. El lenguaje utilizado estaba entre la seriedad, la ironía, la broma o el sarcasmo. Armaba un original tamaño carta con impresión laser blanco y negro y le sacaba copias (en aquel entonces aún decíamos fotostáticas). Se mandaban por correo a la ciudad de México y Guadalajara, donde estaban los pocos lectores.
Aprovechaba mis viajes más o menos frecuentes a esas dos ciudades para tomar notas, datos y por supuesto fotografías.
Sobre éstas, debo decir que por más que me esmeraba en escanearlas muy bien, la impresión en mi antigua laser de mac era de muy baja resolución (trecientos dpi era el estándar) y para acabarla de amolar la edición en copias echaba a perder la calidad de las imágenes.
Eso lo trataba de compensar con un diseño ágil entre “moderno” y retro. Para los títulos más importante utilicé una tipografía que emulaba el antiguo tipo de metal maltratado, golpeado; y en los subtítulos usé una fuente clara, limpia, alargada, de bordes estilizados. La combinación creo que era buena. Invitaba a la lectura.
Por otro lado ningún título era serio. En todos había una señalada intención escandalosa, quizás exagerada, al estilo de la prensa amarillista, aunque en este caso se trataba más bien de un juego visual.
Escogí un nombre provocador para la revista. Un nombre con el que quise sintetizar una vieja tradición entre algunos de mis lectores.
El Naco Postmoderno, la llamé.
¿Por qué ese nombre?
Porque  en algún momento de la infancia o adolescencia mis hermanos y yo comenzamos a nombrarnos Nacos en nuestras conversaciones. Al principio –creo- con un sentido peyorativo, sobajador. Y luego, por la costumbre, se convirtió en un término familiar, tan cordial como decir “mano” “manito” o “carnal”.
Tan común fue entre nosotros que cuando nuestras hermanas lo comenzaron a usar, ya el vocablo “Naco” se transformó en una especie de símbolo familiar. Una característica de los monroyes.
¿Y qué tiene que ver la familia con esta revista?
Es que el Naco Posmoderno era una revista para mi familia solamente.
La idea la tomé del padre de Marco, mi amigo. Un día que estuve en su casa vi que su papá traía la revista en sus manos y ahí me enteré de su labor de periodismo familiar. Unos años después publiqué El Naco.
Fue tan fuerte la influencia de El Naco, que aún hoy- quince años desde aquel entonces- varios familiares lo recuerdan y me instan a volver a publicarlo.
Ahora estoy ojeando algunos de esos ejemplares y mi cerebro va de una amarga tristeza a una nostalgia reprimida.
De pronto un dolor se me clava muy dentro… rememoro esos días:
Javier, mi hermano aún no nos había sido arrebatado por la diabetes, Javis, mi sobrino aún vivía, lejos estaba el día del accidente; Pigus, hijo de mi hermano Mario todavía estaba aquí vivo, sano, su cuerpo no conocía el cáncer.  Las dolorosas ausencias comienzan a poblar mi conciencia… me detengo.
Una revista –aunque sea familiar- siempre deja constancia de su tiempo.
Forma parte de nuestra memoria colectiva.
Ya vuelvo. Veo en las páginas de El Naco también el otro lado de la moneda: la alegría que nos cubrió una vez. Las risas, las fiestas, los aniversarios, el inicio de proyectos.
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Antier conocí la revista RanAzul en su edición digital.  Es una revista cultural que publica la UAM Xochimilco.
Al leer la editorial del segundo número quedé pasmado al leer el título: El Naco Postmoderno.
¡¿Quééé?!
Lo leí. Y sí. Efectivamente habla de mi revista y de lo que llamó el clan de los monroyes.
Luego luego investigué y me enteré: el director y redactor de la editorial es Héctor, un entrañable amigo de la secundaria, al que no veo desde hace muchos años. Me imagino que en alguna visita a la casa de mi madre, debió haber visto un ejemplar de El Naco para ahora hacer memoria de él.

¡Vivan los Nacos!



2 comentarios:

  1. El zarpazo de la nostalgia. esta revista no la conocí. Por aquí estaree pendiente de los nuevos posts de aquellos ayeres editoriales.

    : )

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