miércoles, 21 de diciembre de 2011

Estampas de la Guerra (2)

Leemos diariamente datos e información de la guerra en periódicos y revistas.
Nexos hizo una mesa redonda con especialistas http://www.nexos.com.mx/?mes=11&anio=2011&search=go&P=numanteriores&PAGE=1.
Datos, números, escenarios posibles, razones.
Sin embargo, a la altura de la calle la guerra es otra cosa.
Por eso me decidí a escribir estas estampas cotidianas.

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Son las cuatro de la tarde.
Acabamos de comer mi padre y yo.
Regresamos a la oficina.
Salimos de la casa en el carro.
Atravesamos la colonia y tomamos el periférico. Tráfico normal.
Al llegar al cruce con Carranza vamos a tomar el puente por el carril
de oriente a poniente. Del otro lado del periférico, en el carril contrario,
los vemos de repente.
Todos los carros delante de nosotros reducen de inmediato la velocidad.
Un convoy de vehículos militares ha hecho alto total y todos los soldados
están en el suelo, con una rodilla en el pavimento, el arma al pecho, apuntandonos
a nosotros y a cada uno de los vehículos que vamos pasando ahora con lentitud.
Sólo esperan la orden de disparar. Nadie dispara. Todo ha sido tan rápido que
no tenemos tiempo de sentir miedo.
Pasamos lentamente con las luces intermitentes prendidas
(yo las prendí siguiendo al carro de adelante).
Imagino que esperaban un vehículo que no llegó, pero estaban listos para llenarlo de balas.
Al llegar a la oficina apenas tuve miedo.



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Regresamos de Monterrey por la noche y la carretera está aún pletórica de autos,
camionetas y trailers.
Antes de llegar a la Kimberly nos encontramos con un retén militar en un puesto
improvisado. Vamos pasando uno a uno.
Un soldado me pide que prenda la luz interior del auto. Le digo que no sirve.
Me ordena hacerme a un lado y parar.
Detenemos el auto. Nos piden bajar a mi esposa y a mi. Está muy obscuro,
no hay reflectores, sólo lámparas de mano. Lo que más me llama la atención es
el nerviosismo de los soldados. Mi credencial de elector tiembla entre los dedos
del militar. La ve casi de reojo, me pregunta de dónde vengo, a dónde voy y a qué me
dedico, mientras voltea constantemente alrededor. Lo mismo hace cuando mi esposa le
entrega su credencial de elector. Ese expreso nerviosismo nos provoca la sensación
de que está a punto de ocurrir algo malo. Siento la necesidad de alejarme de ahi lo
más pronto que pueda.
Tras de nosotros hay otros vehículos que han  parado para inspeccionar.
Al final nos ordenan retirarnos.
Siento que acabamos de pasar un grave peligro.



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Listos. Acabo de darle de desayunar a mi padre y nos dirigimos a la oficina.
Abordamos el carro. Son las nueve de la mañana. En la primera esquina de la casa
doblo a la izquierda y nos encontramos con soldados por todas partes. Apenas a una cuadra
de la casa, dos vehículos militares con soldados apostados a ambos lados de la calle.
Están prácticamente agazapados, intentan -al parecer- pasar desapercibidos. Miran a cada
persona que pasa, cada vehículo. Instintivamente reduzco la velocidad e intento no verlos
de frente. Su presencia me inquieta, imagino que muchas veces es el preludio de una balacera
Lento en mi carro, siento sus miradas y de reojo veo que en la siguiente calle están más militares.
No puedo evitar el nerviosismo.
Al salir de la colonia hablo a la casa. Les pido que por favor no salgan y que si escuchan una
balacera se concentren en la recámara de atrás.
Afortunadamente no pasó nada. Sólo un operativo más.




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Hoy mi esposa me va a ayudar en la oficina por la tarde.
Pasan diez minutos de las cuatro.
Mi hija se queda en casa haciendo su tarea de la escuela.
No lo sabemos aún, pero apenas tenemos unos pocos minutos de salir de la casa, cuando entran a la
colonia varios vehículos perseguidos por las fuerzas de seguridad.
Frente a nuestra casa se desata una balacera.
Apenas llegando a la oficina por twitter nos enteramos. Hablo de inmediato con mi hija y
el teléfono marca ocupado. Insisto varias veces sin lograr comunicarme.
No lo sé pero varios amigos le hablaron porque se enteraron en el twitter que hay una balacera
en nuestra colonia. Le hablo a una vecina tres casas abajo: tiene varios minutos escuchando las balas.
Ella y todos sus hijos están en el cuarto de atrás, algunos bajo la cama. Tienen miedo.
Al fin me contesta mi hija:
-¡Se oyen aquí frente a la casa!-, me dice al teléfono.
Le pido que por favor se refugie en la recámara de atrás para que no vaya a tocar la casa una
bala perdida.
Esperamos y volvemos a hablar apenas unos minutos después. Las balas siguen a intervalos.
En twitter nos enteramos de los muertos y detenidos. Todos dudan de la información.
Por la noche un vecino me comenta que militares y federales cercaron la colonia por la tarde y que
era difícil llegar a su casa.

martes, 20 de diciembre de 2011

Estampas de Guerra

Todos le llamábamos Mima.
Fue de nuestras primeras amigas en esta ciudad.
Cuando se casó por primera vez, era nuestra vecina. Su esposo: un joven gordo, alto, sucio, sonriente al que apodaban el Milón.
Con él tuvo un hijo.
Recuerdo que en dos ocasiones la internaron en el hospital siquiátrico. No se hablaba entonces del trastorno bipolar: quizás era su enfermedad… o a lo mejor solo depresión mal controlada.
Mima era como una niña. Cuando la conocimos era aun muy joven y tenía el cuerpo típico de una norteña; alta, de andar ligero,  buen cuerpo, de carnes firmes, pero sus gestos, ademanes y palabras correspondían más bien a la de una niña… una niña malhablada y escandalosa. Bullía una imaginación febril en su cerebro y tenía la risa pegada a todo el cuerpo.
El Milón murió y supe que después se volvió a casar y otra vez repitió la viudez.
La volví a ver hace unos diez o quince años: ya estaba avejentada. Solo la miré caminando mientras yo manejaba.
Hace un mes me encontré a su hermano. Ya han pasado muchos años. Veinte, venticinco, no sé. Me dijo que Mima ya llevaba tres maridos y todos habían fallecido. Pero que seguía tan campante.
Hoy nos enteramos que la mataron.
Fue antier en la balacera de Coss y LaFragua. Mima iba por unos refrescos a la tienda de la esquina. Los soldados a su derecha, los narcos al otro lado. Ella quedó en medio y no acertó más que a correr. Alguien la vio moverse y disparó. Quedó su cuerpo tendido en medio de la calle, mientras se desataba la balacera.
Mima: te recuerdo ahora y casi siento detrás de mí tu ronca voz, riéndote y arrastrando las erres: -¡Anrrrréees!-