martes, 21 de febrero de 2012

Días caninos





El primero fue el Poly, un perrito mestizo simpático que alguien nos regaló.
Mi hijo lo disfrutó unos meses antes de nacer mi niña.
Cuando llegó la bebé decidimos regalarlo a una familia porque pensamos que era una fuente de infecciones para la nena. (Ahora sabemos que en una casa con perro los niños crecen más resistentes a las infecciones). Unos meses después fuimos a visitarlo mi hijo y yo, con su nueva familia y nos gruñó: para mi sorpresa no nos reconoció.

El segundo fue una perrita a la que mi hija llamó Duquesa.
La compré a una familia que puso un anuncio en el periódico. Era una cachorrita tipo sharpei que salió muy enfermiza. Vivió con nosotros poco más de cinco años.
Al principio la sacaba a pasear con su correa. Luego, al ver que disfrutaba más sin ella, la dejaba correr libre por toda la plaza de la colonia.
En una de esas correrías nocturnas  -a la edad de cuatro años- la embarazó el peor perro del barrio: uno sin nombre, sin dueño, peleonero, sucio, sarnoso.
Cuando nos dimos cuenta que la Duquesa estaba embarazada ya casi llegaba el día del parto. Fue asi como nos enteramos que la gestación de los cachorritos dura tan poquito, algo asi como dos meses.
Nos dimos cuenta que parió por un aullido intenso de dolor a las tres de la mañana. Yo pensé que se había metido alguien al patio. Cuando nos asomamos ya habían salido de su vientre seis perritos en miniatura.
Fue interesante ver a la Duquesa con sus cachorritos. Los primeros días todos luchaban por mamar de sus ubres. Con una pata la mamá procuraba desplazar en círculo a los perritos, para que se fueran rolando las mamadas. Pero, como siempre, hay unos seres más fuertes que otros y un perrito casi no alcanzaba leche. A los dos días murió… y el que se había alimentado más, adelantaba en tamaño y peso a todos los demás.
Al final regalamos todos los perritos. Y la Duquesa volvió a su vida normal… y  a sus enfermedades
Cáncer de piel fue el diagnóstico oficial. Tuvo que ser “sacrificada”, negro eufemismo que oculta esa triste tarde en que la acompañé hasta su muerte.
Su última melancólica mirada me acompañó mucho tiempo. Juré no volver a llevar un perro a casa.

Pero después de varios años llegó el Botón.
Otra vez mi hija fue quien lo pidió. Y yo volví a caer. Me dio dos opciones de nombre: escombro o botón. El primero se me hizo demasiado extraño para nombrar a un animal.
Es un perrito tipo caniche que nació un 24 de diciembre. En febrero ya estaba con  nosotros. Reconozco que es el perro más inteligente que nos ha acompañado.
Acaba de cumplir seis años pero desde muy pequeño me sorprendió su capacidad de entender órdenes y su facilidad para comunicarse.
Me hace sentir un pequeño dios.
Me vé a los ojos para entender lo que quiero decirle; observa los movimientos de mis dedos antes de entrar para saber si le doy permiso; cuando termino de tocar la guitarra se levanta porque sabe que es hora de salir a caminar; me señala con  su hocico la correa cuando han pasado varios días sin que salga a la calle…
Lo he descubierto soñando profundamente y en el sueño algo sucede y ladra: su propio ladrido lo despierta entonces.
No le gusta comer croquetas, le aburre el mismo sabor, pero lo hace sólo por darnos gusto.
Cuando le doy un hueso que sobra de mi caldo se hace el desentendido con él pero le rodea. Si alguien se acerca gruñe de verdad. Después monta guardia frente al hueso sin probarlo. Sólo lo mira fijamente. Imagino que disfruta la posesión, como un avaro y su tesoro. Al final se deleita masticándolo para esconderlo donde puede. A veces cuando salimos al patio sale tras de nosotros para proteger su tesoro… y gruñe.
Una noche, paseando al perro en la plaza de la colonia, me dijo un vecino: -¡Qué tal!,  ¿Ya te sacó a pasear el perrito?-. Sonreí tontamente sin saber qué contestar. Pero ahora, cada vez que salimos, pienso que esas palabras tenían algo de razón.