martes, 20 de diciembre de 2011

Estampas de Guerra

Todos le llamábamos Mima.
Fue de nuestras primeras amigas en esta ciudad.
Cuando se casó por primera vez, era nuestra vecina. Su esposo: un joven gordo, alto, sucio, sonriente al que apodaban el Milón.
Con él tuvo un hijo.
Recuerdo que en dos ocasiones la internaron en el hospital siquiátrico. No se hablaba entonces del trastorno bipolar: quizás era su enfermedad… o a lo mejor solo depresión mal controlada.
Mima era como una niña. Cuando la conocimos era aun muy joven y tenía el cuerpo típico de una norteña; alta, de andar ligero,  buen cuerpo, de carnes firmes, pero sus gestos, ademanes y palabras correspondían más bien a la de una niña… una niña malhablada y escandalosa. Bullía una imaginación febril en su cerebro y tenía la risa pegada a todo el cuerpo.
El Milón murió y supe que después se volvió a casar y otra vez repitió la viudez.
La volví a ver hace unos diez o quince años: ya estaba avejentada. Solo la miré caminando mientras yo manejaba.
Hace un mes me encontré a su hermano. Ya han pasado muchos años. Veinte, venticinco, no sé. Me dijo que Mima ya llevaba tres maridos y todos habían fallecido. Pero que seguía tan campante.
Hoy nos enteramos que la mataron.
Fue antier en la balacera de Coss y LaFragua. Mima iba por unos refrescos a la tienda de la esquina. Los soldados a su derecha, los narcos al otro lado. Ella quedó en medio y no acertó más que a correr. Alguien la vio moverse y disparó. Quedó su cuerpo tendido en medio de la calle, mientras se desataba la balacera.
Mima: te recuerdo ahora y casi siento detrás de mí tu ronca voz, riéndote y arrastrando las erres: -¡Anrrrréees!-

1 comentario:

  1. El daño colateral que horada nuestras almas cuando vemos que tiene rostro.

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